207 arreglar el cáliz, sin cogerlo, por supuesto, sentí tal ternura que derramé muchas lágrimas, y una de ellas cayó dentro del cáliz. Aquí fue el sufrir, porque aunque lo limpié con un purificador muy limpio, se me ocurrió que al pobre padre le tocaba lo poco decente de la cosa y me pareció ofender gravemente la caridad. Nuevas trampas para buscar confesor desconoci- do. Todo era pena para mí. Me sentía sacrílega consumada. Perplejidades de mi director espiritual Como dije, el padre Ulpiano Ramírez me había recibido bajo su direc- ción, bajo la condición de no ser sólo y además, conservaba la esperanza de llegar a conseguir volverme a la amistad con el padre Eladio Jaramillo, para a la vez, conseguir la de las Carmelitas. Al entrar un poco en mi espíritu, con mucha caridad, me dijo: No en- cuentro más que un camino para su paz, hacerla carmelita y yo la haré. Esta promesa me sonó como música celestial. ¡Calcule reverendo pa- dre, cómo sería mi entusiasmo! Hasta creí que las tinieblas iban a acabarse en mi alma. Lo primero fue entenderse con el padre Eladio para conocer el verdade- ro motivo que tenían las carmelitas para rechazarme. Le contestó: - No sé nada de las carmelitas. ¡De Laura no me hable porque ella me ha calumniado y no quiero oírla mentar! Le refirió el padre Ulpiano Ramírez cuanto yo le había dicho acerca de mi inocencia y le habló de cómo podía probarle que yo no lo había calum- niado y sólo logró hacerlo enojar más. Me mandó volver a rogarle perso- nalmente; lo hice, pero una misma y constante respuesta: - Usted me ha calumniado. ¡Retírese!. A la vez le comuniqué a este confesor (era el mismo que tuve en la Normal) mis deseos profundos de vida humillada y aún le pedí el permiso para comprometerme a ella de un modo especial, delante de Dios. El pal- paba por decirlo así, el inmenso bien que el espíritu de San Benito José Lavre, exprimido de su vida, hacía a mi alma. Conocía mi inclinación tan profunda a lo viejo, feo y desechado. Aunque mi profesión me obligaba a una vida de toda decencia y la llevaba, a la fuerza, era notorio mi despre- cio propio y el odio que tenía a lo saliente y cómodo. Capítulo XIII. Perplejidades de mi director espiritual