160 mortales a quienes ha caído en suerte la octava Bienaventuranza. ¿Cuántas veces, sin advertirlo, habré dado motivo para que la persecución sea justa? ¡Menos delante de Dios lo ha sido, porque he sido ingrata con Él hasta no poderlo pensar! Ante los hombres, verdaderamente que no me he encontrado culpable de los cargos que me han hecho; pero como la Providencia gobierna siem- pre bien, ha dirigido la persecución con certera y justa mano. Muchas veces pienso dentro de mí: Si yo fuera Dios, condenaba a Laura. Tanta ingratitud bien lo merece. ¡Ay Padre, pero esto no lo entiende sino quien lo siente!. Porque el rayón negro no se hace muy notable, es decir porque no me rebelo contra Dios como los demonios, con el pecado vo- luntario, no puedo llegar al confesor como soy delante de Dios; pero Él si sabe cuánta condescendencia tiene que usar conmigo. Tengo siempre que decirme como los hermanos de José en Egipto: de verdad no hemos come- tido la falta que se nos atribuye, pero justamente estamos presos porque hemos vendido a nuestro hermano. Así a mí me han perseguido por faltas que no he tenido o por actos en sí buenos, que más bien merecían aplausos; pero justamente me viene la persecución por la ingratitud con Dios. A las gracias que él me ha concedido, se debe una correspondencia proporcio- nada y como no la ha habido, amorosamente Dios me cobra un poco si- quiera, con la persecución. A los mundanos se les ocurrirá que esto es falsa humildad; pero Dios mío; ¡es la pura verdad! Cuántas veces pensando en esta casi infinita in- gratitud y miseria propia, que merece el desprecio de todos, si la pudieran conocer, he querido medir la misericordia de Dios y me he perdido en ella. Un día llorando esta situación de mi alma, en un arranque de agradeci- miento, le dije a Dios: Si vuestra misericordia fuera un punto menos que infinita, ¿qué hiciera yo? ¡No tuviera mi alma ni un rayo de esperanza! Esta frase la he convertido en jaculatoria favorita que me sale del fondo del alma. Los hombres me persiguen, precisamente, porque no tienen mi- sericordia infinita. Nada menos que una misericordia infinita es necesaria para mi miseria casi infinita. Si fuera capaz de algo infinito, eso sería mi miseria. No sé si llego con estas frases a dar una idea de lo que mi alma siente, a este respecto. Apostolado en los campos Aparte del trabajo en la escuela, me impuse en Sto. Domingo, la tarea de establecer catecismos en los campos. Cada sábado, asociada a una ami- Capítulo X. Apostolado en los campos