1017 salvarlas. El celo del reverendo padre era y es admirable, sabe sacrificarse como un santo ¡y sin embargo, no deja correr la fuente de la Eucaristía tan libremente como Dios lo quiere sobre las almas! ¡Dios mío! ¡Qué dolor que estanquen hasta vuestro amor y en nombre del celo mismo! Ésa es una de las mayores miserias humanas: Que obremos como inconscientemente el mal, deseando el bien. Perdón Dios mío, perdón para todos nosotros que somos ciegos y locos y de cuanta miseria hoy adolecemos. ¡Oh miseria grande! ¡Oh locura inconcebible que estanquemos las gracias y las fuentes que se hicieron para que el alma seca en este mundo árido, se sacie y no perezca de sed! ¡Dios mío, qué dolor tan intenso! Estuve en San Benito con unas llagas muy fuertes que me obligaron, por ser debajo de los brazos y en la espalda, a pasar muchos días y noches con los brazos en cruz, sostenidos sobre los espaldares de unos taburetes y con la espalda al aire, con unos ardores de verdadero fuego. No tuve pena de esto, sin embargo, porque tenía verdadero deseo de sufrir algo por Nues- tro Señor, en desquite de cuanto malo hacemos contra su gloria. Parece que así lo sintió el mismo reverendo padre misionero, porque un día que le decía de mi sentimiento por no poderle ayudar en algo, me dijo: Yo creo su enfermedad una providencia especial de Dios y un comple- mento a la fiesta del Sagrario, para la conversión de este pueblo. Este reverendo padre es muy serio en sus cosas y creo que no pudo decir esto, sino porque me conociera muy bien. Además, su espíritu de fe es encantador. Ahí me tiene padre, cómo Dios mima a los que de veras lo buscan, cuan- do tienen deseo de sufrir algo por Él, les da aunque sea llagas. !Bendito sea! Lección que me dio monseñor Lardizábal La edificación que recibí de las hermanas, las llagas y el haber podido servir en algo al reverendo padre para la fiesta del Sagrario, me hicieron mucho provecho; pero a estas cosas debo agregar una lección que me dio el señor Lardizábal, prefecto apostólico del San Jorge, que me llenó de alegría. Cuando salíamos ya de regreso, venía él a sacarnos hasta Magangué. Ya en la canoa, dije, al separarnos de las muchas personas que salieron a la orilla de la ciénaga a despedimos: Cómo siento que amo a toda este gente. El señor prefecto escuchó la cosa y cuando ya se había alejado un poco la canoa, me dijo: ¡Bueno que los ame a todos, pero es necesario preferir a los pobres! Esta frase fue para mi alma como rocío del cielo. ¡Es necesario Capítulo LIX. Lección que me dio monseñor Lardizábal