1007 Cargos que me hace el padre Rochereau He olvidado de decir que, desde que me vine de Pamplona comencé a recibir cartas del reverendo padre Enrique Rochereau cada vez más ofen- sivas y dolorosas. Como ya lo conocía, atribuía esto a prueba de Dios, para que no me faltara el santo ejercicio de perdonar y disimular injusticias y las contestaba siempre haciendo como que no entendía lo duro de ellas y sin excusarme de los cargos. Los principales que me hacía eran estos: Era enemiga de la misión del Sarare y le hacía cuanto mal podía. Había hecho que el señor Afanador no lo nombrara superior ni director de la misión del Sarare. Aborrecía a la Madre del Santísimo, superiora del Sarare, por en- vidia. Enseñaba a las hermanas a no querer la gente blanca. Que era injus- tísima con las hermanas. Que no sé mandar (en esto quizás andaría acerta- do) que le atendía a una hermana histérica y que según el criterio de ella gobernaba a la Congregación. Que Ie había ordenado a una hermana que oyera las confesiones de las demás, para que me las dijera y en fin, que abría por vanidad mi interior a todos, para conseguirme adeptos. De todos estos cargos, me decía cosas sumamente duras en las cartas, pero en una se resolvió a pedirme terminantemente, le largara a él el go- bierno de las casas del Sarare y Pamplona. Que no volviera yo a meterme con ellas y que vería cómo marchaban de bien las cosas. Agregaba que, según él preveía, yo no le daría lo que pedía, pero que en tal caso, buscara misionero para el Sarare, porque él de otro modo no seguía. Aún en esta ocasión me hice la desentendida de la manera como decía las cosas y del enorme disparate que me proponía, porque si, ni a los obispos les deja la Iglesia el gobierno de casas religiosas, sino que hay una mujer al frente de él, se concibe que a un sacerdote mucho menos. El fracaso habría sido seguro. En consecuencia le escribí, que eso de que no supiera yo gobernar era muy natural, pues que las mujeres habíamos sido hechas para obedien- cia, que sentía mucho eso de que lo mortificara mi mal gobierno. Pero que podía indicarme con confianza lo que le pareciera mal y que siendo ello justo lo atendería. Se comprendía pues, que el reverendo padre iba muy mal. En esos mis- mos tiempos, se convenció de que los indios que pertenecían a la misión no ascendían sino a ochenta individuos, en donde él había asegurado a dos departamentos que tomaban parte en esa misión, que había ocho mil y fueron tantos los nervios que tuvo, que comenzó a alterarse positivamente el orden de la casa del Sarare y las hermanas sufrían mucho. Sin embargo, Capítulo LVIII. Cargos que me hace el padre Rochereau